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jueves, 7 de septiembre de 2017

Avelina Lésper


A pesar de mi poca fe en las redes sociales, hay que reconocer que a veces uno se encuentra ciertas cosas que compensan el haberse pasado muchos meses acumulando vídeos de gatitos y mensajes de superación personal en la página de inicio de facebook. Y es que si eres relativamente nuevo en esto de los blogs literarios y quieres tener algunas visitas más a parte de las de tu madre y tu mejor amigo, hay que meterle un poco de caña al tema de la social network

Y así fue como hace poco entre gatitos y recordatorios a salir de mi zona de confort, tuve el gustazo de toparme con una entrevista en donde la crítica mexicana Avelina Lésper deja bien clarito qué es y qué no en el terreno de las artes visuales. 

Algo que podría ser de mucha utilidad cuando a los no entendidos como yo nos toca defendernos de las miradas tangenciales y de los "si no te gusta es que no lo has entendido" que ciertos individuos nos regalan cuando en un museo, en frente de una supuesta obra de arte contemporáneo compuesta por un ticket de supermercado emborronado de rojo y una bolsa de papel, ponemos la misma expresión de desconcierto que el cachorro de la foto. 



Está claro que definir el arte es, como mínimo, un asunto bastante complejo, y sin embargo, por una capacidad innata de nuestro cerebro está comprobado que los bebés de pocos meses fijan por más tiempo la mirada sobre objetos o personas que el común de los mortales evaluaría como bellos, estamos capacitados para saber si lo que vemos tiene o no sentido, si es o no agradable a la vista, o como mínimo, si es o no capaz de producirnos alguna emoción. En el terreno del arte parece más oportuno que nunca aquello tan romántico de "escucha a tus emociones".


Uno de Abaroa...
Y así lo hemos hecho, evaluar lo que se nos presenta como arte en base a lo que nos hace sentir o a lo que podría inducirnos a pensar. Pero los tiempos avanzan y el arte evoluciona con ellos, y llegados a este punto a veces tenemos que reconocer que nos estamos quedando atrás. 

En cualquier caso es normal esa sensación de desfase que experimentamos a veces, cuando somos conscientes de que en ciertos aspectos no evolucionamos al mismo ritmo que el resto del mundo. Es entonces cuando nace la sana necesidad de ver más, de aprender más, e incluso de experimentar las cosas de otra manera. Estoy consciente de ello y lo acepto sin reparos, y sin embargo, ¿hasta qué punto se nos puede acusar de ignorantes si no estamos dispuestos a considerar un montículo de basura titulado Serendipia limerenteCatarsis inmarcesible o peor aún Sin título 22, como una obra de arte?

Tanto en la entrevista como en su página web, Lésper declara que ciertas mal rotuladas "obras de arte contemporáneo" (entre las que incluye los tickets de supermercado de Gabriel Kuri, las esculturas de basura de Abraham Cruzvillegas y de Eduardo Abaroa y las cajas de zapatos de Gabriel Orozco), no sólo atentan contra la inteligencia humana, sino que están acabando con la premisa fundamental de las artes visuales; disfrutar de una experiencia estética. 

Según Lésper dicha experiencia estética sería la atribución de un significado a partir de las cualidades visuales de la obra, es decir de su contenido perceptivo, sin explicaciones, justificaciones ni atribuciones de valor retórico externo. Si esto es así, el significado sería inherente a la obra y su interpretación el producto directo de nuestra inteligencia y de nuestra sensibilidad, y no de del discurso académico con el que se busca justificar su existencia o adjudicarle un significado que no tiene. 

Por supuesto el abordaje teórico es una respuesta lícita, esperable y hasta necesaria ante las verdaderas obras de arte, pero no precisamente para justificarla o adjudicarle valor, sino para profundizar en ella, para decodificar la experiencia de quien la analiza sobre la base de su propia inteligencia o de un marco teórico determinado. Algo que en literatura vendría a ser lo que todo crítico responsable, inteligente y sobre todo honesto, hace al analizar una obra; abordarla desde un punto de vista que no busca justificar nada porque la justificación está allí, escrita por el autor en su trabajo y disponible para que todos podamos acceder a ella. 


Uno de Gabriel Curi...
En la entrada "Autohomenaje" de su blog personal, Lésper se ríe pero bien de los artistas VIP; personajes que ante la imposibilidad de crear nada "requieren un marco teórico desproporcionado que sostenga sus obras". Este nuevo arte (que sí que merecería el título literal de Entartete Kunts), no se construye en base a la inteligencia, el trabajo duro y la creatividad, sino en base a discursos y justificaciones retóricas que luego se validan mediante grandes cantidades de dinero que a su vez promueven la ocupación de espacios donde ya no quedan cupos para que los verdaderos artistas expongan su trabajo; museos y galerías de arte. 

Esta clase de arte deshonesto mueve millones de dólares al año, y es un negocio que ha servido para elevar el estatus de los artistas que la practican y de los amantes del arte que las adquieren al nivel de divinidades. Nunca antes en la historia del arte (y podemos extender esta afirmación sin problemas a la literatura) ha habido tantos artistas ofreciendo su trabajo. Artistas que ya no creen que sea necesario estudiar, aprender, analizar u observar de manera inteligente el mundo que les rodea para pintar, esculpir, grabar, escribir, y en resumen, formarse para conseguir desarrollar la creatividad artística. 

En el terreno de la literatura esa creencia herética ha promovido la existencia de miles de aprendices de escritor que reconocen no haber leído más que dos o tres novelas en la vida, o más aún, que declaran abiertamente no leer por considerarlo "una pérdida de tiempo". O de escritores publicados y premiados y alabados por la crítica cuyos trabajos piden a gritos ya no una reformulación creativa o estructural, sino simplemente una buena corrección gramatical. Cosas y casos que nos ayudan a entender cómo es posible que un robot que selecciona frases mediante una serie de algoritmos sea capaz de componer párrafos que superan (al menos en sintaxis y a veces hasta en creatividad) a buena parte de los párrafos de novelas españolas publicadas durante los últimos años. 


Uno de Abraham Cruzvillega...
La solución ante este atropello, declara una mosqueadísima Lésper en la entrevista, es aprender a rebelarse y saber decir que no. Nos anima a sacar del closet a nuestro espíritu crítico y a plantar cara. 

Y si me lo preguntan a mí, yo creo que tiene toda la razón, porque además de todo; además de la lógica, del sentido común, del sentido de la vergüenza y hasta del amor propio, hay que tener en cuenta que cuando intentan hacernos creer que un montículo de basura o que unas botellas de cerveza apiñadas en el suelo de una habitación son una obra de arte valorada en 50.000 euros, no están haciendo otra cosa que llamarnos idiota a la cara. Es un sacar las cosas de quicio hasta un límite al que no deberíamos estar dispuestos a llegar. 

Así que me sumo a su propuesta de dejar aflorar nuestro espíritu revolucionario y de decir que no, porque (y aunque ahora se nos esté olvidando un poquito), si algo nos enseñó el siglo XVIII es que cuando el abuso y la tontería sobrepasan un límite es que es hora de ir sacando la guillotina. 

Y no sé vosotros pero ahora yo me siento mucho mejor. Hoy ya tengo el valor suficiente para no volver a sentirme un ignorante ante ciertas nuevas propuestas de ciertas nuevas corrientes del arte. Hoy me siento más valiente y más capaz de mirar a mi hijo de nueve años a la cara y pedirle que limpie su cuarto de una vez, que esos zapatos, esa ropa sucia y esas latas de refresco regadas por el suelo, no son arte, colega.

Os dejo el vídeo. 
Recomendación; coged palomitas. 







2 comentarios:

  1. Tengo la sensación, seguramente equivocada, que la tal Avelina tiende a confundir "arte" con "mercado del arte". En el contexto de la especulación económica, que por desgracia afecta al arte, y mucho, se puede hablar de fraude.No se puede entender el precio demencial que se pagan por algunas obras. El espectador queda condicionado por la economía. Ya no se puede contemplar una obra sin sentir el aguijón de su precio. Pero utilizar el concepto "fraude" aplicándolo a las obras de arte, me parece un poco atrevido. En el arte contemporáneo, como en otro cualquier período artístico histórico, hay que ir artista por artista. Ni todos los integrantes del Renacimiento son igual de interesantes, ni tampoco todos los artistas contemporáneos. Otro atrevimiento de la Lésper: Si no se entiende, es que no hay nada que entender. Digamos eso a un astrofísico, a ver qué nos contestaría. Antes del descubrimiento de la Piedra de Rosetta los jeroglíficos egipcios no se entendían. Si Avelina hubiera vivido en esa época hubiera dicho que no había nada que entender. El contemplador de arte, como el lector de libros, puede reducir a la cuestión al "me gusta" o "no me gusta". Es decir, al simple placer hedonista. Pero los placeres momentáneos no te hacen crecer demasiado. Lo que te hace crecer es el misterio, el enigma. Porque es el origen de la curiosidad y del aprendizaje. Para contemplar con fundamentos un cuadro o un libro, ya sea contemporáneos o antiguos, hace falta una cierta cultura, una cierta formación. Y sobre todo un cierto esfuerzo. Sí: "esfuerzo", esa palabra prohibida en un mundo donde los conceptos que más suenan son "fácil" y "rápido".

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    1. Sus comentarios y apreciaciones se refieren sólo a aquellas "obras de arte contemporáneo" que no implican composición, emoción, inteligencia ni creación. Aunque use términos generales como decir que "el arte está acabando con la experiencia estética", sólo se refiere a objetos que buscan únicamente elevar el estatus y mover dinero. Con respecto a la frase "si no lo entiende, es que no hay nada que entender", se refiere otra vez y de forma exclusiva a "obras de arte" que no necesitan de explicación porque no hay nada que explicar; una caja de zapatos vacía es una caja de zapatos vacía, y ya está...En ciertos momentos de la historia del arte, o más bien, en ciertos momentos de la historia social, el plantear un urinario como una obra de arte tuvo un sentido y una razón de ser, la obra se validaba por el contexto social que le había dado origen, ese era el valor que Duchamp le adjudicó (aunque a Avelina Lésper tampoco le guste Duchamp). En literatura, aunque no exactamente lo mismo, podríamos decir algo similar de Kerouac y su "On the road", una novela que fue escrita en un rollo interminable de papel con una sintaxis y una gramática que muchos han tenido serias dificultades a la hora de tratar de explicar y que hoy por hoy muy probablemente no sería publicada por ninguna editorial que quiera vender libros. No obstante esa estructura que no obedece a ninguna estructura, esa gramática esa sintaxis y esa historia que va y viene a ritmo de los impulsos del narrador, es un panfleto contestatario cargado de valor; social, político y literario. Hay ciertos contextos muy específicos en que una caja de zapatos vacía puede condensar emociones y pensamientos, pero en la mayoría de los casos una caja de zapatos vacía, sólo es una caja de zapatos vacía. Gracias por pasarte por acá. Es raro que no estemos de acuerdo en algo, pero cuando ocurre es tan interesante...

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